Por Nobuyoshi Tamura.
Hoy en día cualquiera de nosotros puede ver en el supermercado,
en un restaurante o sobre una tumba, e incluso en las iglesias, flores
artificiales. Dichas flores son fabricadas tan delicadamente que a veces
podemos confundirlas con las verdaderas flores; son prácticas, no
necesitan sol ni agua, son eternas y por largo tiempo una alegría para
los ojos.
Sin embargo, no puedo soportar tales flores cerca de mí.
Sin duda porque no tienen verdadera vida. Son todas parecidas, ninguna
difiere de la otra, ninguna yema que contenga vida, sin brotes, sin
perfume y, cuando llega el otoño, no hay semillas, ni hojas amarillentas
o rojizas. Éstas ni siquiera caen. Es la inmovilidad y, a pesar de la
belleza de colores y formas, la impresión que se experimenta es la de un
mundo muerto.
Por contra, cerca de la flores verdaderas,
frágiles, efímeras, cambiantes, jamás estables, sentimos el flujo de una
vida eterna. Flores desaparecidas, hojas caídas en el suelo húmedo del
otoño, el silencio inmóvil de invierno, sabemos que ahí hay una promesa
de vida, la vuelta de la primavera.
Los flores artificiales, tan
bellas, tan parecidas a las verdaderas, que han requerido para su
fabricación tanta imaginación y talento, no serán nunca verdaderas
flores. Esas flores llevan consigo tristeza eterna, el pesar de una vida
que no hemos sabido, que no sabemos darles.
El Maestro Ueshiba
falleció en 1969, hace diez años. Pero su imagen está siempre presente
ante mis ojos. Todavía le veo, sonriente, yendo y viniendo, enseñando. Diez
años es poco tiempo, sin embargo ¿qué es lo que vemos?, ¿qué es lo que
oímos?. Cuantos dicen: "mi Aikido es el verdadero Aikido", "mi Aikido es
la evolución moderna del Aikido", "Yo enseño Aikido". Surgen escuelas
pero... ¿de donde vienen? Confieso que no lo comprendo, que este fenómeno no me entra en la cabeza.
Sin
embargo, el Aikido, todos los Aikidos, provienen de una semilla
plantada por O'Sensei. Si son tan diferentes es, sin duda, porque no
todos crecieron en la misma tierra, porque no han recibido el mismo sol,
eso es lo que explicaría su diferente color, su aroma más o menos
intenso, pero de todas formas se trata de Aikido nacido de la misma
especie, de la misma familia.
Sin embargo, a veces, llamamos
Aikido a una flor que no ha surgido de la misma familia de flores. Por
ejemplo, en Francia y Bélgica se llama "achicoria" a dos plantas
totalmente diferentes. Esto es todavía aceptable, y se explica por el
hecho de que los hombres pueden confundir las palabras y dar, así, una
falsa denominación sin graves consecuencias. Pero si alguien dice
que un tulipán artificial es de la misma familia que un verdadero
tulipán y que, en consecuencia, hay que catalogarlo al lado de éste,
esto resulta inaceptable.
Un falsificador que imita el cuadro de
un gran maestro comete una falta que, no obstante, no es la misma que la
de quien quería hacer creer que la flor artificial es una verdadera
flor. En la flor real hay vida, por el contrario la otra está sin vida. Este tipo de falta es un ataque a la divinidad, una blasfemia.
Por
otro lado, aquel que pretende aprender Aikido en un libro o con una
filmación, o aún más, gracias a su imaginación que le permite inventarse
un movimiento, y que después recibe dinero por su enseñanza, éste debe
saber que en su Aikido no hay ni rastro de la herencia de O'Sensei, no
hay la vida que el Maestro ha transmitido. Es un Aikido artificial.
Percibir dinero y engañar a la gente en este asunto es, creo, un acto
criminal.
Reproducido de la Revista de la Federación Europea de Aikido nº 7 de 1979
Traducción: Manuel Fernández
Fuente: http://www.facebook.com/note.php?note_id=408686372491641